martes, 28 de octubre de 2008

Obamania normala da (I)...

“Nosotros, el pueblo, para poder formar una unión más perfecta.”

Hace doscientos veintiún años, en una sala que todavía existe al frente de este lugar, un grupo de hombres se reunió y con estas simples palabras, lanzaron el improbable experimento Americano en democracia.
Campesinos y académicos; hombres de Estado y patriotas, habiendo cruzado un océano escapando tiranía y persecución, finalmente realizaron su declaración de independencia en una convención en Philadelphia que duró hasta la primavera de 1787.
El documento producido por ellos eventualmente fue firmado pero, en última instancia, quedó inconcluso. Estaba manchado por el pecado original de la esclavitud en esta nación, una pregunta que dividió las colonias y llevó a la convención a un punto muerto hasta que los próceres escogieron permitir la continuación del tráfico de esclavos por al menos veinte años más, y dejar la resolución final a generaciones futuras. Por supuesto, la respuesta a la pregunta de la esclavitud ya estaba incorporada en nuestra Constitución – una
Constitución que tenía en su núcleo central el ideal de ciudadanía por igual bajo la ley; una Constitución que prometía a su pueblo libertad, y justicia, y una unión que podía y debía ser perfeccionada con el pasar del tiempo.
Y aún palabras en un pergamino no serían suficientes para liberar a los esclavos de su cautiverio, o proveer a cada hombre y mujer de todos los colores y credos con sus derechos y obligaciones plenas como ciudadanos de los Estados Unidos. Lo que haría falta eran Americanos en generaciones sucesivas, los cuales estuvieran dispuestos a poner de su parte – a través de protestas y luchas, en las calles y en las cortes, a través de una guerra civil y desobediencia civil y siempre bajo un gran riesgo – para reducir la brecha entre la promesa de nuestros ideales y la realidad de su tiempo.

Esta fue una de las tareas que nos propusimos al comienzo de esta campaña – continuar la larga marcha de aquellos que vinieron antes de nosotros, una marcha por una América más justa, igualitaria, libre, compasiva y próspera. Decidí ser candidato a la presidencia en este momento histórico porque creo firmemente que no podemos resolver los retos de nuestro tiempo si no los resolvemos juntos – si no perfeccionamos nuestra unión entendiendo que aunque tengamos historias diferentes, tenemos esperanzas en común; que aunque no
coincidamos en apariencia o en origen, queremos movernos en la misma dirección – hacia un futuro mejor para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos.
Esta creencia viene de mi fe infatigable en la decencia y generosidad del pueblo Americano. Pero también viene de mi propia historia Americana.

Soy el hijo de un hombre negro de Kenya y de una mujer blanca de Kansas. Fui criado con la ayuda de un abuelo blanco que sobrevivió una Depresión para servir en el Ejército de Patton durante la Segunda Guerra Mundial, y de una abuela blanca que trabajó en una línea de ensamblaje de bombarderos en el Fuerte
Leavenworth mientras él estaba ausente. He estudiado en algunas de las mejores escuelas en América y he vivido en una de las naciones más pobres del mundo. Estoy casado con una Americana negra que lleva en sí la sangre de esclavos y esclavistas – una herencia que transmitimos a nuestras preciosas hijas. Tengo hermanos, hermanas, sobrinas, sobrinos, tíos y primos de toda raza y de todo matiz, esparcidos por tres continentes, y mientras viva, nunca olvidaré que en ningún otro país en este planeta mi historia sería apenas posible.

Es una historia que no me ha hecho el candidato más convencional. Pero es una historia que ha sellado en mis genes la idea que esta nación es más que la suma de sus partes – que de entre todos, somos verdaderamente uno. A lo largo del primer año de esta campaña, a pesar de todas las predicciones en contra, vimos cómo hambriento estaba el pueblo Americano por este mensaje de unidad. A pesar de la tentación de ver mi candidatura a través de un lente puramente racial, ganamos victorias contundentes en estados con algunas de las poblaciones más blancas del país. En Carolina del Sur, donde la Bandera Confederada todavía ondea, construimos una coalición poderosa de africano-americanos y blancos.
Esto no quiere decir que el asunto de la raza no ha sido relevante en la campaña. En varias etapas de la campaña, algunos comentaristas me han caracterizado como “demasiado negro” o “insuficientemente negro”.

Vimos tensiones raciales salir a la superficie durante la semana antes de la elección primaria en Carolina del Sur. La prensa ha escudriñado todas las encuestas de salida por la evidencia más reciente de polarización racial,
no solamente en términos de blanco y negro, sino también entre negro y marrón.
I aún así, sólo ha sido en las últimas dos semanas que la discusión de raza en esta campaña he tomado un sesgo particularmente divisivo.
En un extremo del espectro, hemos escuchado la implicación de que mi candidatura es de alguna forma un ejercicio en discriminación positiva; que está basada solamente en el deseo de liberales ingenuos por comprar reconciliación racial a bajo costo. En el otro extremo, hemos oído que mi pastor anterior, el Reverendo Jeremiah Wright, usa un lenguaje incendiario para expresar puntos de vista que tienen el potencial no sólo de exacerbar divisiones raciales, sino también puntos de vista que denigran tanto la grandeza como la bondad de nuestra nación; que con razón ofenden a negros y blancos por igual.
Ya he condenado, en términos inequívocos, las afirmaciones del Reverendo Wright que han causado tal controversia. Para algunos, todavía quedan preguntas inquietantes. ¿Sabía yo que él era ocasionalmente un crítico feroz de políticas Americanas, domésticas y externas? Por supuesto. ¿Alguna vez lo escuché hacer observaciones que podrían ser consideradas controversiales mientras asistía a la iglesia? Sí. ¿Estuve en fuerte desacuerdo con muchos de sus puntos de vista políticos? Absolutamente – de igual manera que estoy seguro
muchos de ustedes han oído palabras de sus pastores, sacerdotes y rabinos con los cuales ustedes están en fuerte desacuerdo.
Pero las afirmaciones que han causado esta tormenta reciente no fueron simplemente controversiales. No fueron simplemente el esfuerzo de un dirigente religioso por denunciar injusticias percibidas. En su lugar, representaron un punto de vista profundamente distorsionado de este país – un punto de vista que ve el racismo blanco como endémico, y que eleva todo lo que es malo de América por encima de todo lo que sabemos que es bueno de América; un punto de vista que ve los conflictos en el Medio Oriente como derivados primordialmente de las acciones de aliados robustos como Israel, en lugar de emanar de las ideologías perversas y llenas de odio del Islam radical.
Como tal, los comentarios del Reverendo Wright no sólo eran incorrectos sino también divisivos, divisivos en un momento cuando necesitamos unidad; racialmente cargados cuando tenemos que juntarnos para resolver un
conjunto de problemas monumentales – dos guerras, una amenaza terrorista, una economía a punto de falla, una crisis crónica de cuidado de salud y cambio climático potencialmente devastador; problemas que no son blancos
o negros o Latinos o Asiáticos, sino más bien problemas que nos afectan a todos nosotros.

Dados mis antecedentes, mi matiz político, y los valores e ideas que he profesado, sin duda quedarán aquellos para los cuales mis declaraciones de condenación no son suficientes. ¿En principio, porqué asociarme con el Reverendo Wright, se preguntarán?

¿Porqué no pertenecer a otra iglesia? Y yo confieso que si todo lo que yo supiera del Reverendo Wright fueran los recortes de esos sermones que han diseminado en un ciclo infinito en la televisión y en YouTube, o si la Iglesia de Cristo de La Trinidad fuera un reflejo fiel de las caricaturas que algunos comentaristas están tratando de vender, no hay duda que mi reacción sería mayormente la misma.
Pero la verdad es, que eso no es todo lo que yo sé de este hombre. El hombre que yo conocí hace más de veinte años es un hombre que ayudó a encontrarme con mi fe cristiana, un hombre que me habló de nuestras obligaciones de amarnos el uno al otro, de cuidar al enfermo y levantar al pobre. El es un hombre que sirvió a su
país como Marine de los Estados Unidos; que ha estudiado y enseñado en algunas de las mejores universidades y seminarios del país, y que por más de treinta años dirigió a una iglesia que sirve a la comunidad haciendo el trabajo de Dios aquí en la Tierra – dando hogar a los que no lo tienen, ministrando a los necesitados,
proveyendo servicios de cuidado diario y becas y ministerio de prisiones, y extendiendo su mano a aquellos quesufren de VIH/SIDA.
En mi primer libro, Sueños De Mi Padre, describí la experiencia de mi primer servicio en la iglesia de La Trinidad: “La gente comenzó a gritar, a levantarse de sus asientos y aplaudir y exclamar, un viento fuerte llevando la voz
del reverendo hasta las vigas del techo… Y en esa sola nota – ¡esperanza! – Escuché algo más: Al pie de esa cruz, dentro de miles de iglesias a través de la ciudad, me imaginaba las historias de negros ordinarios mezclándose con las historias de David y Goliat, Moisés y el Faraón, los cristianos en el foso de los leones, el campo de huesos secos de Ezequiel. Esas historias – de supervivencia, de libertad, y esperanza – se convirtieron en nuestra historia, mi historia; la sangre derramada era nuestra sangre, las lágrimas nuestras lágrimas; hasta que
esta iglesia negra, en este día brillante, parecía una vez más una nave llevando la historia de un pueblo hacia generaciones futuras y hacia un mundo más grande. Nuestras pruebas y triunfos se hicieron al mismo tiempo únicos y universales, negros y más que negros; en la crónica de nuestra jornada, las historias y canciones nos dieron un mecanismo para reclamar memorias por las cuales no teníamos que sentir vergüenza… memorias que todos podrían estudiar y acoger – y con las cuales podíamos comenzar a reconstruir.” Esa ha sido mi experiencia en La Trinidad. Al igual que otras iglesias predominantemente negras a lo largo del
país, la iglesia de La Trinidad personifica la comunidad negra en su totalidad – el doctor y la madre que recibe asistencia, el estudiante modelo y el ex miembro de una pandilla. Como en otras iglesias negras, los servicios en La Trinidad están llenos de risa alborotada y a veces humor vulgar. Están llenos de danza, de aplauso, gritos yexclamaciones que pueden parecer discordantes a un oído no acostumbrado. La iglesia contiene en su totalidad la bondad y la crueldad, la inteligencia feroz y la ignorancia chocante, las luchas y éxitos, el amor y sí, la
amargura y la parcialidad que forman parte de la experiencia del negro en América.

Y esto ayuda a explicar, quizás, mi relación con el Reverendo Wright. Tan imperfecto como él pueda ser, él ha sido como parte de mi familia. El fortaleció mi fe, ofició en mi boda, y bautizó a mis hijas. Ni una vez en mis conversaciones con él lo he oído hablar de ningún grupo étnico en términos derogatorios, o tratar personas blancas con las cuales ha interactuado que no sea con cortesía y respeto. En él están contenidas las contradicciones – lo bueno y lo malo – de la comunidad que él ha servido diligentemente por tantos años. No puedo repudiarlo a él como no puedo repudiar la comunidad negra. No puedo repudiarlo como no puedo
repudiar a mi abuela blanca – una mujer que ayudó a criarme, una mujer que se sacrificó una y otra vez por mí, una mujer que me ama tanto como a nadie más en este mundo, pero una mujer que una vez confesó su miedo de los hombres negros que pasaban cerca de ella en la calle, y quien más de una vez ha proferido estereotipos raciales o étnicos que me causaban disgusto. Todas estas personas son parte de mí. Y son parte de América, este país que yo amo.

Barack Hussein Obama jr.-en hitzaldi baten zati bat da

jueves, 16 de octubre de 2008

La Sirena Varada

Y me he enredado siempre entre algas,
maraña contra los dedos,
cierras la madeja con el fastidio del destino
y el mordisco lo dan otros...
encías ensangrentadas y miradas de criminales,
a grandes rasgos, podrías ser tu...

Echar el ancla a babor, y de un extremo la argolla
y del otro tu corazón. Mientras tanto, te sangra.
Y el mendigo siempre a tu lado. Tu compañero de viaje.
Cuando las estrellas se apaguen, tarde o temprano, también vendrás tu.

Duerme un poco más. Los párpados no aguantan ya.
Luego están las decepciones cuando el cierzo no parece perdonar.
¡Sirena vuelve al mar! ¡Varada por la realidad!
Sufrir de alucinaciones cuando el cielo no parece escuchar...

Dedicarte un sueño, cerrar los ojos y sentir oscuridad inmensa
entregado a una luz. Como un laberinto de incertidumbre
esquivas la pesadilla y sobre volar el cansancio y en un instante...
en tierra otra vez...

El miedo a traspasar la frontera de los nombres como un extraño,
dibuja la espiral de la derrota, y oscurece tanto halagos...
Solo en la memoria que se va...

Duerme un poco más, los párpados no aguantan ya.
Luego están las decepciones, cuando el cierzo no parece perdonar.
¡Sirena vuelve al mar! ¡Varada por la realidad!
Sufrir de alucinaciones cuando el cielo no parece escuchar...

martes, 14 de octubre de 2008

La(s) crisis, tú y otras adicciones (in)confesables

Hacía tiempo que la inspiración sentimental no campaba a sus anchas por esto que tengo la mala costumbre de llamar "mi cerebro". Me imagino que en lo últimos meses no encontraba la chispa que le hacia falta para sacar su más que limitado potencial literario. Pero aquí está. Desentrenada y confusa, pero otra vez cerca de mi almohada.

Supongo que siempre que tienes a alguien que aprecias, que quieres, o que respetas -o todas a la vez- se hace más fácil trasladar tus sentimientos y hacerlos públicos. Aunque también es verdad, que cuesta más en el sentido de que también pueden afectar a otras personas. Pero también me he dado cuenta de las múltiples crisis que sufrimos todos los días. Discusiones, enfados, caricias y otras drogas sin las cuales no somos capaces de vivir. No por el efecto que hagan en cada uno, sino por lo dulce del síndrome de abstinencia. Y sobre todo porque esa adicción nos hace sentirnos vivos y el síndrome de abstinencia, felices.

Hoy me reafirmo en aquello de que lo verdaderamente importante no son las personas agónicas, sino las agonías de las personas. Hoy, me reafirmo en que las crisis se pueden solucionar con un simple, pero sentido, "barkatu, bai?".

Hoy, creo que tengo una adicción más. Pero aun es (in)confesable.

Vuelve el Guardián.

Un beso desde la estación